sábado, 27 de abril de 2013

CARTAGENA/ El asalto nocturno a dos ancianos agrava los problemas de inseguridad en Santa Lucía


Los ladrones dejaron a sus víctimas atadas y amordazadas en la cama, donde permanecieron toda la noche hasta que escucharon sus gritos 

27.04.13 - 00:44 - 


«¡Mercedes, socorro!». Los gritos de Julia Martínez Serrano, tras quitarse la mordaza, los oyó una mujer marroquí que pasaba por la calle Era Baja, camino del colegio con su hija. Julia llamaba a la vecina de enfrente, a gritos, desde la cama en la que permaneció inmovilizada, junto a su cuñado, durante toda la madrugada de ayer, atada por los ladrones que desvalijaron su vivienda de Santa Lucía amparados en la oscuridad de la noche.

La mujer magrebí llamó a la puerta de la vecina. Y ella dio rápidamente la voz de alarma, mientras veía por la ventana a Julia, tumbada con las manos aprisionadas. El aviso hizo que esa zona del barrio se llenara de agentes. Hasta media docena de unidades de la Policía Nacional y de la Local se presentaron frente a la casa de planta baja en la que estaban inmovilizados los dos inquilinos. Tras entrar en el domicilio, liberaron a los dos ancianos de 80 años de edad que habían pasado asustadísimos toda la noche. Y pese a que tenían magulladas las muñecas por las horas de inmovilidad, ambos se negaron a ser trasladados en ambulancia al Hospital Santa Lucía y solo aceptaron recibir las primeras curas a la puerta de su domicilio.
Posteriormente llegó Andrés Linares, hijo de Julia, que les acompañó a Comisaría a poner la correspondiente denuncia. «El problema es que mi madre tiene problemas de memoria. No ha podido decir prácticamente nada que aclarara lo que sucedió», comentó. El de ayer es el cuarto robo que tiene que soportar esta familia. Y un suceso que fue la comidilla en todo el barrio por la sensación de inseguridad que transmite.
«Aquí todos tenemos barrotes en las ventanas. Es la única manera de asegurarse de que no entran», comentó una vecina de la misma calle. «Hace ya varios años me encontré con unos ladrones en casa y desde entonces he tomado medidas», añadió señalando al hierro forjado que protege los ventanales. Por eso en el vecindario se subraya que la especial indefensión de esta pareja la hace presa fácil para este tipo de golpes.
A cara cubierta
Según relataron las víctimas, los ladrones debieron entrar por la ventana del baño, tras romper el cristal. Y sorprendieron a los dos ancianos cuando estaban en sus respectivas camas. «Llevaban la cara tapada por un pasamontañas o algo parecido», explicaba Luis Linares. Y apenas hablaron con ellos. Se limitaron a atarles y amordazarles y a revolver la casa en busca de dinero. Por eso tampoco el hombre pudo dar una descripción de las características de sus agresores. «No sé quienes eran. Solo puedo decirle que eran unos hijos de mala madre», maldecía.
A su lado, Julia mostraba quejosa sus muñecas despellejadas y muy inflamadas por las bridas que la mantuvieron inmovilizaba. «Mire, mire lo que me han hecho», sollozaba la mujer, con una mueca de dolor. Tanto ella como su compañero de vivienda tuvieron que soportar cómo les colocaban las esposas de plástico, bien apretadas, les ataban a la cama y les tapaban la boca para evitar que pudieran pedir auxilio.
«Francamente no sé que se pueden haber llevado, porque en la vivienda prácticamente no hay nada de valor. A mi madre yo le controlo su pensión, porque tiene muchas lagunas de memoria. Y mi tío no maneja apenas dinero», explicó Andrés Linares, hijo de la mujer. La llamada de la misma vecina que había avisado a la Policía le pilló en una reunión en Murcia. Regresó a toda prisa para consolar a su madre y a su tío y acompañarles a poner la denuncia en la Comisaría. «Pero ya nos han dicho que con un testimonio tan poco definido sobre la identidad de los ladrones, no nos hagamos ilusiones sobre su detención», comentó.
Andrés quiere sacar a su madre y a su tío de la humilde vivienda en la que residen y alquilar para ellos otra en las afueras, cerca de donde vive él. «Pero son muy mayores. Están acostumbrados a la rutina del barrio en el que han vivido toda su vida, en el que van a comprar al supermercado que tienen a pocos metros y en el que conocen a la gente y los vecinos saben quienes son. No sé cómo se adaptarían a otro sitio», explicó.

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